Dicen que, hace mucho tiempo, el mullah Nasrudín abrió una tienda donde
su única mercancía eran dos loros encerrados en la misma jaula. Uno
tenía un plumaje espectacular lleno de vivos y relucientes colores y
además cantaba maravillosamente, mientras que el otro estaba en un
estado calamitoso y permanecía mudo. El primero estaba valorado en
cincuenta monedas de oro y el segundo en ¡tres mil!
Un hombre que pasaba por delante de la tienda, atraído por los trinos del loro cantor, penetró en el recinto. Lo primero que observó fue a Nasrudín, que dormitaba plácidamente arrullado por la melodía incansable de aquel pájaro maravilloso. Lo segundo que le llamó la atención fue la diferencia de precio que había entre aquellas dos aves. Despertó con suavidad a Nasrudín y le dijo:
Un hombre que pasaba por delante de la tienda, atraído por los trinos del loro cantor, penetró en el recinto. Lo primero que observó fue a Nasrudín, que dormitaba plácidamente arrullado por la melodía incansable de aquel pájaro maravilloso. Lo segundo que le llamó la atención fue la diferencia de precio que había entre aquellas dos aves. Despertó con suavidad a Nasrudín y le dijo:
— Disculpad mi atrevimiento. Desearía compraros ese magnífico loro cuyo canto no deja de asombrarme. Aquí tenéis las cincuenta monedas de oro, ¡contadlas por favor!
— Imposible, no puedo vender los dos pájaros por separado —le respondió Nasrudín.
— ¿Pero, por qué?
— Se morirían de pena si los separase.
— Bien —dijo el comprador —. Pero, ¿cómo explica usted una diferencia en el precio tan exagerada? Pues el más feo cuesta infinitamente más que el más bello y, además ¡no canta!
— No se equivoque usted, mi señor. ¡El loro que usted encuentra feo y deplorable es el compositor!
Cuento de la tradición sufí.
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