Cuarenta años más tarde, una soleada mañana de febrero, sus ojos volvieron a encontrarse mientras caminaban, en sentidos opuestos, por la misma acera. Lo maravilloso es que se reconocieron y sintieron la alegría del reencuentro; sintieron la pasión latir en su corazón mientras todo su cuerpo vibraba. Y durante tres meses compartieron esa pasión que les unió creyendo ambos que era amor.
Era deseo en su estado más puro. El deseo de sus cuerpos por amar y sentirse amados; el deseo de un beso, de un abrazo, de una caricia. Deseo contenido y desbordado.
Y lo mismo que les unió, eso sí, para siempre porque hay sensaciones que se quedan grabadas, indelebles, también fue lo que les separó. Sin duda sí hubo amor.
Pero .... de tanta pasión encendida nació también el temor. El temor a no controlar, el temor a ir más allá de lo conocido, el temor, en definitiva, a dejarse llevar. Demasiado riesgo aún para quien necesita vivir al límite.
Buda dice: "Para evitar el sufrimiento hay que cortar los lazos del deseo". Y así lo hicieron.
Hoy siguen caminos separados, tal vez paralelos, tal vez opuestos de nuevo. Y quién sabe si habrán de volver a pasar cuarenta años para que sus miradas vuelvan a encontrarse.
"Los lazos del AMOR son eternos".
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