Os comparto un artículo de hace un año, que me parece sigue estando muy vigente:
"Tenemos la suerte hoy de contar con la experiencia y la sabiduría de José Barroso que nos ofrece una visión “diferente” de la Seguridad Vial a la que estamos acostumbrados.
José es un ingeniero, madrileño “de tercera generación”, como le gusta decir, con una amplia experiencia y recorrido laboral. Durante 21 años desarrolló una vasta carrera en empresas españolas y multinacionales, habitualmente en puestos de responsabilidad. Desde el 2009, trabaja bajo su propia marca, en los campos de la formación especializada en empresas para directivos, mandos intermedios y equipos, el coaching empresarial y para la vida personal, la consultoría y las conferencias y ponencias. Ha realizado más de mil horas en procesos de Coaching, e investiga continuamente en el mismo y en sus aplicaciones. Ha diseñado productos específicos como el Programa 3E de entrenamiento en excelencia de equipos de trabajo o el Ki Coaching, para trabajar aspectos como el estrés, la motivación y la energía personal.
Pertenece a los grupos de expertos internacionales AvantForum y Red Avalon y es conferenciante de las agencias Speakers Academy y Speakers Corner y autor del e-book “7 excusas para no optar a la vida que deseas” (Amazon). (Actualmente, ya también disponible en papel).
Le agradecemos su colaboración y te dejamos con el artículo. Esperamos que te guste, lo comentes y lo compartas.
En la tradición sufí, existe una bellísima metáfora. Imaginemos un carro tirado por caballos, con un cochero cogiendo las riendas. Las personas son como esos carros, con su asiento donde va el cochero y sus caballos tirando. En la metáfora el carro es el cuerpo, el cochero la mente y los caballos las emociones: espontáneas, impulsivas y que necesitan domarse. Las emociones tirando de nuestro cuerpo mueven hacia la acción. Y por ello, la mente ha de trabajar para dirigir nuestras emociones hacia donde queremos ir. Las emociones sin la mente, sin la razón, son caballos desbocados.
Dentro del fomento de la Seguridad Vial, tradicionalmente se ha puesto el acento en realizar campañas, advirtiendo de la peligrosidad de agentes externos que puedan influenciar la capacidad de concentración, reflejos o habilidad de los conductores. Se llaman alcohol, drogas, ciertos medicamentos, uso del móvil o GPS conduciendo e incluso fumar o cambiar la emisora. Se nos advierte por activa y por pasiva de la necesidad de tener muy en cuenta su influencia, puesto que realmente el no observarla, supone aumentar exponencialmente el peligro de pérdida de control del vehículo, con las lógicas (y nefastas) consecuencias.
Pero nunca he oído hablar (al menos directamente) de la necesidad de observar, a la hora de sentarse al volante, el estado emocional del conductor, aún sin estar influido por ningún agente externo. Cierto es que indirectamente algunas campañas lo han sugerido, pero se han centrado en posibles manifestaciones visibles (velocidad inadecuada, comportamiento agresivo al volante, distracciones o cansancio). No he escuchado ninguna campaña que comente que cuando se está emocionalmente alterado, la concentración y las habilidades al volante pueden mermar.
Y el hecho es que así sucede. No tengo estadísticas, pero estoy seguro que muchos accidentes por exceso de velocidad, adelantamientos inadecuados, conducción temeraria o por quedarse “dormido” al volante, vienen precedidos de un estado de ánimo del conductor diferente al normal, en directa correspondencia con la acción de sus emociones.
Una frase de Sigal Barsade, economista y escritora, que suelo usar bastante en mis cursos, dice: “Las emociones se llevan todos los días en el bolsillo. Y se contagian como un virus”. Y es real. Nuestro estado anímico, sea de alegría, rabia, miedo, disgusto, ira, sorpresa o cualesquiera de las incluidas en la categoría de las emociones, salen de casa todos los días en nuestro equipaje de mano. Y nos siguen allá donde vayamos hasta que podemos cambiarlas. Y por supuesto entran, al lado de la llave de contacto, en nuestro coche.
Me surgen diferentes preguntas sobre el particular: ¿somos conscientes de nuestro estado emocional a la hora de ponernos al volante? ¿Reconocemos que, por ejemplo, una excesiva alegría, rayana en la euforia, puede provocar parecidos efectos en cuanto a la sensación de falta de riesgo que el alcohol? ¿O que una excesiva ira, focalizada en uno de los famosos “piques” que suceden entre coches, puede generar una maniobra temeraria que ponga en peligro nuestra vida y la de los demás? ¿O que el miedo o la angustia, por otro tema completamente diferente a la conducción, pueden hacer que nos sintamos tan agarrotados que no podamos reaccionar con la debida antelación ante un frenazo del vehículo que nos precede? Podemos poner decenas, creo yo, de ejemplos.
Se haría preciso, en cuanto a la Educación Vial, incidir en este tema. No pasa nada ni se pierde demasiado tiempo en enseñar a cualquier aspirante a conductor algo de inteligencia emocional, en cuanto a cómo reconocer qué emoción estamos sintiendo, para identificarla y poner remedio, alguna herramienta rápida para reducir el estrés positivo o negativo que provoca esa emoción, como puede ser la meditación (hay fórmulas para meditar en un minuto) o más concretamente el Mindfulness, como sistema que con un mínimo entrenamiento previo consigue que en periodos de tiempo muy cortos podamos “centrarnos” internamente a nivel emocional y energético, o incluso la conveniencia de acudir a un profesional para trabajar algún bloqueo o pensamiento automático (hay mucha gente que se siente literalmente un Dios al volante y sus emociones cambian por el simple hecho de poner el contacto a funcionar). En estos casos, unas sesiones de coaching pueden ser suficientes para hacer cambios en esos mecanismos automáticos de respuesta.
Por último, un estilo de vida saludable, un pensamiento positivo y optimista y un adecuado “reglaje” de las emociones, creencias y juicios internos de forma continua, como si del ejercicio físico se tratara, conseguirán que seamos nosotros y no nuestro “yo” alterado, el que dirija nuestro vehículo. No solo por no consumir sustancias que alteren nuestra capacidad de conducción garantizamos nuestra seguridad y la de los demás. Se requiere un pequeño trabajo adicional para conseguirlo plenamente.
Y nuestra vida y la de nuestros semejantes, que es corta y preciosa, nos lo agradecerán siempre.
Firmado por: José Barroso, al que podéis seguir en twitter @JoseBarroso @coachingptodos