El poder personal es necesario para la salud
Un día Norm me llamó para que hiciera la evaluación de una mujer que sufría de depresión y de dolores en el cuello y la parte inferior de la espalda. También quería saber si la beneficiarían diversos tratamientos electromagnéticos- “De ninguna manera –contesté yo-. No tiene el poder suficiente en su organismo para que esos aparatos le resulten beneficiosos.”
Esa era la primera vez que yo hacía un comentario sobre el poder de una persona para sanar. Norm me pidió que se lo explicara más, y sólo entonces caí en la cuenta de lo que acababa de decir. De pronto tuve una percepción totalmente distinta del sistema energético humano como expresión del poder personal.
Le expliqué que las actitudes de esa mujer habían sido la causa de que perdiera poder en su vida. Se sentía incapaz, siempre buscaba aprobación, y tenía un enorme miedo a estar sola. Su estima propia se basaba solamente en su capacidad para dominar a los demás, principalmente a sus hijos. Sus temores y su incapacidad eran como un agujero negro, hacia el cual atraía a todas las personas, sobre todo a sus hijos, para finalmente aplastarlos. Continuamente los criticaba con el fin de que continuaran dependiendo de ella, ya que a los hijos débiles les resulta difícil abandonar el nido. Encontraba defectos en todo lo que hacían, ya fueran cosas relacionadas con los estudios o con los deportes, porque no podía arriesgarse a capacitarlos con apoyo emocional. Dado que dominar a los demás le consumía una enorme cantidad de energía y que jamás se sentía al mando, vivía agotada. Su dolor crónico también era consecuencia de su incapacidad para dominar a otros. Cuando llegó a la consulta de Norm parecía derrotada.
Esa mujer no podía aceptar el hecho inevitable de que sus hijos se fueran del hogar, pero afirmaba que actuaba así por el bien de ellos. Según ella, era una madre sustentadora porque les proporcionaba una casa limpia, alimentos sanos y ropa buena. Sin embargo, se esforzaba sistemáticamente en minarles el desarrollo emocional, hecho que ella se negaba a admitir.